miércoles, 18 de noviembre de 2015

Cáceres, la ciudad de piedra





En la plaza Mayor, a estas horas de la mañana se agradece el sol de otoño antes de entrar en la ciudad de piedra. La torre de Bujaco os mira imponente y os recuerda la presencia árabe en Cáceres, esas torres en la muralla que aseguran la fortaleza y añaden con su presencia una idea de confianza ante lo desconocido.

Entráis en la ciudad por el arco de la Estrella pero, más que el arco, lo que os llama la atención es la calle que, junto a la muralla, recorre todo su perímetro, el Adarve. La dejáis a vuestra derecha, y por la del Arco accedéis a la plaza de santa María, una explanada de piedra y luz rodeada de palacios y casas nobles cuyo eje real  y simbólico es la iglesia concatedral que da su nombre a la plaza.

Caminando hacia la parte izquierda de la plaza entráis en el palacio de Carvajal, hoy patronato de turismo, y contempláis el zaguán y la maqueta que en él se expone, una maqueta de la ciudad monumental, con su muralla y sus torres árabes, que sigue el perímetro trazado por ingenieros romanos y aprovecha su basamento y sus primeras filas de sillares. Apreciáis su patio cuadrado y salís luego al jardín, en el que la piedra y los árboles ofrecen un espacio tranquilo dominado por una higuera centenaria, cuyo tronco os muestra su rugosa gracia mineral. Al salir dejáis a vuestra izquierda la calle de la Amargura, recuerdos tristes, dicen, de despedidas y entierros, y miráis, adosada al palacio, una torre circular de considerables dimensiones y elegancia extraña.

Volvéis a la plaza de Santa María y contempláis el vigor de sus muros y la esbeltez de su torre, desde la que, cuando luego subáis, otearéis la ciudad y veréis, como en la maqueta, los palacios y las calles, los patios y las plazas, la muralla y las torres, el adarve de la ciudad de piedra, el más bello conjunto monumental del Renacimiento español. En la concatedral os seduce su retablo y también la aparente levedad de las bóvedas, que parecen flotar sobre los pilares de piedra.

De plaza en plaza, una estatua en el ángulo del muro de la iglesia, dedicada a san Pedro de Alcántara, os da paso a la de los Golfines, llamada así por el palacio que domina su ámbito. El palacio, con una fachada armoniosa que define su poder y fundamenta sus dimensiones, fue propiedad del primer camarero de los Reyes Católicos, un noble llamado Holguín según el documento firmado por los monarcas que os muestran en la biblioteca. Holguín o Golfín, tanto da -incluso para juegos de palabras-, el palacio, recientemente rehabilitado y abierto al público, os muestra su riqueza arquitectónica y muchos y variados objetos, muebles, cuadros y esculturas, si bien lo que más os atrae es la sala de armas, quizá lo más antiguo y lo más curioso.

  

Estamos en la parte cristiana del recinto medieval de la ciudad, recinto que luego se fue  transformando, con el poder religioso afianzado en Santa María y el político en los Golfines. Pero el tiempo no se paró en el Renacimiento, tampoco en Cáceres, y así lo atestiguan, en la contigua plaza de san Jorge, la iglesia de san Francisco Javier y el colegio de la Compañía de Jesús, levantados en el siglo XVIII, dos edificios imponentes que exhiben, como en tantas ciudades españolas, el poderío de los jesuitas en la España de la Contrarreforma.

Os llaman la atención las calles que van apareciendo en vuestro pasear -calle de la Manga, cuesta de Aldana, calle del Mono, cuesta del Marqués- y por ellas os perderéis cuando acabéis este recorrido principal que vais haciendo, buscando otros rincones en la ciudad de piedra.

Dejáis a vuestra derecha el curioso palacio de los Becerra y subís por la cuesta de la Compañía, una calle escalonada que os conduce a la plaza de san Mateo, llamada así por la iglesia que la domina, iglesia que en su día fue mezquita mayor y que señorea la explanada que en su día fue barrio musulmán y hoy es un armonioso conjunto de palacios de entre los que sobresale el de Sande, con su torre cubierta por el verde de su hiedra.

El convento de san Pablo y el palacio de los Cáceres-Ovando dan acceso a la plaza de las Veletas, llamada así por el palacio que le da nombre y que hoy alberga el Museo Provincial, en el que pueden apreciarse vestigios prehistóricos de Cáceres, elementos romanos, árabes y cristianos. Destaca, por su excelente fábrica, el aljibe árabe de  sus profundidades y es notable la colección de arte contemporáneo que alberga el edificio adjunto rehabilitado al efecto.

Salís del Museo a la calle llamada Rincón de la Monja y os encamináis al barrio  de san Antonio, la antigua judería, cuya iglesia fue antes la sinagoga de la ciudad medieval. Diversas señales colocadas en lugares estratégicos atestiguan la pertenencia de Cáceres a la red de juderías de Sefarad.

Por la calle del Moral vais a dar al Adarve, llamado aquí del Cristo, para después llegar a la puerta de Coria, donde tres filas de macizos sillares de piedra acreditan, con sus dieciocho siglos datados, la presencia romana en la ciudad.


Pasáis después junto al palacio de los Toledo-Moctezuma, y en silencio imagináis la historia de su nombre y la posible ignominia de alguno de sus antiguos dueños. Y así llegáis de nuevo al Adarve, que vais recorriendo despacio dejando a vuestra derecha la torre de Bujaco y el arco de la Estrella, hasta llegar a la plaza de los Caldereros, junto al palacio de los Ribera. Subís ahora por la cuesta de Aldana y entráis en la casa del Mono, hoy sede de la fundación Zamora Vicente, un palacete que alberga la biblioteca del profesor y filólogo.



Al salir, vais al encuentro de la calle de Orellana y en ella os llama la atención una casa mudéjar en ladrillo visto, con arcos de herradura en sus ventanas y un encanto de melancolía en este rincón a espaldas de la torre de Sande. Después contempláis la plazoleta de la casa del Sol, o de los Solís, un austero y sólido edificio y seguí andando hasta el palacio de los Golfines de Arriba, donde una placa os indica que Francisco Franco fue proclamado aquí Jefe del Estado en octubre de 1936. Aunque parece que hubo trampa pues, según algunas fuentes, el secretario del dictador, su hermano Nicolás, al mandar a la imprenta el decreto de proclamación de Franco como "Jefe del Gobierno del Estado hasta que termine la guerra", ordenó por su cuenta una pequeña modificación, quedando en el documento "Jefe del Gobierno y del Estado", y sin indicar por cuánto tiempo. Aquella marrullería de nombramiento fue un trágala más de Franco para sus conmilitones, los generales sublevados, y fue aquí, en este palacio donde se fraguó la estratagema. Muy cerca, en el muro del palacio de Sande, un pavo real extiende parsimonioso sus alas ajeno a la historia, aunque las piedras os hablen del pasado y de otros pavos reales.

Bajáis por la calle Ancha y os fijáis detenidamente en la casa de Diego García de Ulloa, el Rico, que hoy es la sede del restaurante Atrio, laureado de estrellas Michelín. Más adelante, la casa de los Paredes Saavedra y el palacio del Comendador de Alcuéscar, hoy Parador de turismo. Seguís bajando hasta la puerta de Mérida –en Cáceres se sube y se baja mucho-, salís del recinto amurallado a la plaza de santa Clara y avanzáis, dejando a la derecha la torre de la Mora, la torre Redonda, la del Postigo de santa Ana y la del Horno. Así llegáis a la plaza de las Piñuelas, a la espalda del Ayuntamiento, donde podéis apreciar, mejor que en ningún otro sitio, la rotundidad de la muralla y de sus torres.


Al fin volvéis a la plaza Mayor y os sentáis en una terraza para tomar un tentempié. El sol de noviembre caldea el ambiente y la ciudad  se prepara para el mercado medieval de las tres culturas. Si, tres culturas, cristiana, judía y musulmana, que convivieron a su manera en la edad Media. Con el tiempo, el predominio cristiano propició la edificación de iglesias y palacios, que daban cuenta de su creciente poderío. La llegada de los Reyes Católicos a Cáceres no supuso el fin de la convivencia de las tres culturas, eso era ya algo del pasado. El desmochamiento de todas las torres defensivas de los palacios cacereños, menos la de los Cáceres-Ovando, ordenado por la reina Isabel, simboliza el fin de los castillos y el apogeo de los palacios; el final del poder de los nobles y el comienzo de la monarquía de la edad Moderna.

Las piedras os han hablado del pasado. Ahora es el momento de reponer fuerzas. Tiempo habrá de disfrutar en silencio de la ciudad de piedra. De piedra y luz.

                                                                                                                           Jesús Bermejo
                                                                                                                         Noviembre de 2015





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