viernes, 12 de diciembre de 2014

En la muerte de Telesforo


Hace dos semanas murió Telesforo, el padre de Mariví. Se fue apagando poco a poco y, desde el fondo de sus 102 años, se quedó dormido en el sueño de los justos, se marchó para siempre, con su mirada aún viva y la conciencia de que ya era el final.


Ha sido un hombre discreto, sabio y cabal. Fruto de un tiempo duro y difícil, supo sacarle partido a la vida y hacerla digna a su alrededor. Yo lo conocí hace veinte años y de él he aprendido mucho. Quizá lo más destacable sería la capacidad de adaptación a las posibilidades de uno mismo a medida que se van cumpliendo años y, junto a ello, el tener interés y curiosidad por las cosas y por la vida siempre, hasta el final.

Descanse en paz, Telesforo. Siempre lo recordaré a usted en La Calera, con sus 98 años, cuando con su camiseta de tirantes y su sombrero de paja, imponente como un héroe griego, subía cubos de agua acariciando la carrucha del pozo. Siempre recordaré también que aún vareó más de quince almendros, y que le vi comer uvas e higos a pecho y con deseo. Y que el bastón lo dejaba usted en el portalón, pues la tierra blanda le sustentaba con un plus de fuerza y juventud.


La noria de la vida ya se le ha llevado a usted, como si a un tiempo de hermosura le tuviera que suceder otro de decadencia, y luego uno más de quietud y silencio.




Siempre quedará grabado en mi memoria

ese paraíso que creó entre los tapiales

coronados de tejas sabiamente dispuestas

para que la lluvia no calara en sus adentros.


Esas tejas que en invierno

rebosan de nieve en polvo

mientras los árboles duermen

en silencio y al viento.


Junto al pozo, en La Calera

lo recordaré en silencio

y su mirada, aún viva,

permanecerá en el tiempo.









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