martes, 10 de junio de 2014

Fracturas


Pareciera que todo se va a arreglar en España si se hace caso del derecho a decidir: En Cataluña todos los males desaparecerían si se votase la independencia; en España si se votase a favor de la instauración de la República; en Europa, si los radicales de ultraderecha y los izquierdistas reconvertidos dirigieran la Unión.                                                                  
Crear espejismos, descuidar la complejidad de la situación, olvidar qué grandes poderes son los que dominan el mundo, qué se puede hacer y qué es imposible. 
Hace unos días leí en el blog de Antonio Muñoz Molina un artículo que traigo aquí, viene a cuento de todo lo que está pasando ahora. 

“En un país atravesado por fracturas tan graves -sociales, territoriales, políticas, económicas-, en el que cada vez es más difícil llegar a acuerdos sobre cosas fundamentales, sobre problemas inaplazables a los que no se hace frente nunca por falta de un mínimo espíritu de concordia, en el que parece cada día más difícil el ejercicio de la opinión independiente y en el que se oyen sobre todo las voces de los que gritan más alto y más agresivamente, en el que el delirio tiene un prestigio muy superior al de la racionalidad, ¿de verdad nos hace falta, justo ahora, abrir una fractura más? Decía Manuel Azaña que él soñaba con un patriotismo arraigado en las “zonas templadas del espíritu”. Qué falta nos hace eso que se valora tan poco en el territorio entre cínico y visceral de la política, la templanza.
Cuidado: templanza no es tibieza, ni frigidez, ni falta de pasión. Es la decisión de no dejarse guiar por los impulsos inmediatos: la conciencia de que la realidad es muy compleja, las opiniones variadas, las soluciones difíciles, la construcción de algo muy difícil y su destrucción veloz y llamativa; templanza puede ser aceptar, como decía Isiah Berlin, que en el mundo real dos fines igualmente nobles pueden ser incompatibles, con lo cual siempre hará falta llegar a transacciones y arreglos imperfectos.  La democracia, por naturaleza, es templada y escéptica: se basa en el equilibrio de poderes, en el juego de las mayorías y las minorías, en el imperio de la ley, en el recelo hacia los caudillos, en la necesidad de acuerdos básicos pero muy profundos sobre unas cuantas cosas fundamentales, que sostienen el respeto hacia las enormes diferencias entre las personas.
Cuidado con el resplandor de los salvadores.





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