miércoles, 13 de junio de 2012

De cómo don Quijote y Sancho llegaron a Madrid el 13 de junio de 2012, festividad de san Antonio, y de los entuertos que allí desficieron


      
            En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

            Enterado por las habladurías de la gente de que el gobierno de España, a causa de la locura de los mercados y del férreo control germano de la unión europea, había sometido a los ciudadanos a unos recortes nunca vistos, maldijo el despilfarro de muchos años de gobiernos conservadores y progresistas, cuyas consecuencias se dejaban ver en el atrevimiento de los presidentes de muchas regiones, que pretendían desmantelar el estado social y el carácter público de numerosos servicios, tales como hospitales, escuelas, pensiones y bienes de todo tipo, que a lo largo de los años habían ido siendo conquistados para el disfrute y el buen uso de todos, y decidió salir de nuevo en aventura con el fin de deshacer ésos entuertos ya dichos y otros más, y batallar lo que estuviera de su mano para que no le fuese arrebatado a los ciudadanos lo que por herencia de las luchas de sus padres y abuelos ya por derecho les pertenecía.

Fue así como decidió pedir a su creador, el señor don Miguel de Cervantes, que lo reviviese, lo galvanizase y lo salvase del hechizo al que lo habían condenado el cura, el barbero, el ama y aquel innoble caballero de falso nombre y mala idea. Y rogó al bueno de su creador que lo dignase de la compañía de su fiel escudero Sancho Panza, que a buen seguro quedaría maravillado de volver a vivir, y más aún en el mundo del siglo XXI. Apenas accedió don Miguel a tan noble petición, nuestro caballero se encaminó hacia la casa de Sancho, y cuál fue su sorpresa al ver repantigado a su escudero en un sillón, bebiendo botes y botes de cerveza mientras veía el partido de fútbol de la Eurocopa.
            -Sancho amigo, ¿Cómo estás, hijo?
     -¡Ay, mi señor don Quijote! ¡Qué sorpresa tan grande volver a verle! Espere vuestra merced, que apago esto con el mando. ¿Cómo usted por aquí?
            -Sancho, es menester que salgamos de nuevo por esos mundos de Dios, abandonados en las manos de gobiernos desleales y maltratadores del bienestar de las gentes sencillas. Has de animarte pronto y prepararte para la más grande aventura que vieron los siglos, despídete de los tuyos y vayamos ya donde tengo pensado.
         -Bien decís señor, ya presto me avío. Mas, ahora que lo pienso, ¿qué se me ha perdido a mí en tamaña aventura, si tengo pagados  el coche y el piso, y los muchachos ya se manejan, crecidos como están y bien colocados? Déjeme vuesa merced estar en casa tranquilo, que, con la jubilación, Teresa y yo tenemos lo suficiente para vivir sin preocupaciones ni problemas.
           - ¡Ah, necio de ti, siempre pensando en tu propia panza y nada más! ¿Será necesario que te diga que has de poner tu empeño en el bienestar de todos y no sólo en el tuyo? Sancho bueno, con las dotes que tú tienes, el buen hablar y el buen razonar, saldrías en todas las televisiones y te convocarían para todos los programas, y eso te gustaría tanto o más que cuando fuiste gobernador de Barataria.
            Mudó la expresión de Sancho y observó que su amo don Quijote iba vestido con traje negro y sombrero de fieltro, la barba blanca y el ojo desorbitado y fiero. Pensó en lo feliz que estaría su mujer si él saliera por la tele dando consejas, y cómo sus vecinos se darían cuenta de que no es un jubilado simplón sino un gran sabio de sabiduría natural.
     - Señor, está bien pensado lo que vuestra merced dice, tamañas injusticias es necesario repararlas. Mas ¿cuándo piensa que salgamos?
         - Sancho amigo –dijo emocionado Don Quijote- ya sabía yo que tú no podías estar adormecido con el opio del fútbol y las cuatro cosillas que os regala el imserso. Remira mis ojos y observa cuánto de alegría hay en ellos porque tú, mi fiel escudero, decides lo que tiene que ser y lo que conviene a todos.


Y fue así como se encaminaron hacia la estación del ave de Ciudad Real, con el fin de coger el tren y llegar a la capital de las Españas. Caminando por el paseo del Prado, se acercaron al ministerio de Educación por ver de visitar al ministro, señor Wert. Cuando el ministro oyó que querían verlo tan ilustres personajes, mandolos pasar y en seguida entabló conversa con ellos. Mas don Quijote entrole furioso y le dijo al encumbrado:
- ¡Ay José Ignacio Wert, José Ignacio Wert! ¿Dime: por qué pretendes desmantelar la educación pública quitando becas, subiendo tasas de matrícula, hacinando niños en las clases y arruinando lo conseguido durante tantos años?
El ministro, avergonzado pero remedándolo, le contestó que quizá había sido mal informado por malmetedores, que se trataba de emplear con más eficiencia los caudales públicos, y don Quijote le replicó con feroz tono que si creía que él era un mentecato que no se daba cuenta de las maniobras que desde su ministerio propiciaba, a lo que él repuso que no, que su merced no conocía quizá la estadística de despilfarro de la que él, por su oficio sí estaba al tanto. Y nuestro caballero así le respondió:
       - ¡Ah, grandísimo picarón! ¡Qué bien engañas a tu pueblo y qué mal gobiernas la educación, tú, que niegas a los colegios e institutos públicos del centro y de la periferia los maestros de apoyo y compensación que necesitan los muchachos para salir adelante. Rácano e ineficiente caballero, que no inspeccionas los centros concertados por vigilar que sean escolarizados paritariamente todos los solicitantes de escuela, pues públicos son todos los dineros que reciben unos y otros centros! ¡Ni ignacio, ni wert! ¡Cobarde y sabihondo señor! ¡He de concertar con mi creador que te rebaje del cargo que tienes y te nombre maestro contratado para sustituciones, a ver qué tal te va despidiéndote en junio y contratándote por meses!

Y de Educación se fueron al ministerio de Economía, para ver al señor ministro De Guindos, y comunicarle que iban a proponer al señor Cervantes que lo pusiera a trabajar como contratado en el metro de Madrid a tiempo parcial, con un hermoso contrato temporal  acorde con la reforma laboral recién aprobada.
Y de paso, propondría también al señor Cervantes que nombrase a los nefastos magos de las finanzas, albañiles sin nómina; y al ministro de Hacienda, becario sin sueldo en el CSIC; y a la señora alcaldesa, conductora en prácticas de la EMT a tiempo parcial. Y a la señora presidenta de Madrid, vigilante nocturna en el polígono industrial de Pinto.
       - Mi señor Don Quijote –dijo Sancho- podríamos pedirle a nuestro creador que a la señora alcaldesa la encantase no como conductora en prácticas de un autobús urbano sino como barrendera del selur con contrato por meses.
      - ¿Qué le dirías tú, Sancho, tú que eres un hombre tranquilo e irónico, qué le dirías al señor ministro de Justicia, si pudieses hablar con él?
    - Mi señor don Quijote, con conocida frase, yo le diría: “Quieto, señor gallardo, quieto, no se le ocurra tocar el código penal, que es usted capaz de añadir cien artículos más, visto su afán por las cifras; deje vuesa merced el código en paz y haga que se cumpla, que para eso están las leyes, no para alargarlas con morcillas como en las malas comedias, ¡quieto ahí, señor Gallardón!

    Don Quijote y Sancho recorrieron Madrid y dejaron dichas y bien dichas tres cosas a algunos banqueros nacionales e internacionales, exigiéndoles que cesase de una vez tanta basura como se iba viendo en los sucios escándalos financieros o serían encantados como recogedores de fruta en Murcia y sin contrato.

       Y luego fueron a ver al presidente del Gobierno, quien, huérfano ya de deseos electorales, aparecía ante todos como mustio, ahostiado y recatado, y le afearon que los recortes no afectaran a los beneficios de las grandes empresas, de los bancos y de las sicav y le echaron en cara que él y su gobierno dejasen que mangonearan sin pudor los tiburones financieros, los mandamases europeos y los que presumen de economía sumergida.


     Después se fueron a ver al cardenal Rouco por preguntarle que cuándo los señores purpurados van a pagar el ibi y algún impuesto más, afeándole que saque a colación lo de cáritas cada vez que tal cosa se le recuerda, ya que es el estado y los particulares quienes corren con el sostén de cáritas y no la iglesia, pero como el cardenal le contestó a la gallega, le pidió a su creador que mandase al señor Rouco de coadjutor temporal a una aldea de Lugo.

     Las siete de la tarde serían cuando por Cibeles aparecieron don Quijote y Sancho, y se les vio unirse a una manifestación en la que se gritaba al unísono no a los recortes. Todo el mundo los reconoció en seguida, tan famosa era su figura que pronto todos los miraban aunque nadie se atrevía a trabar conversación. Nadie salvo una niña, que les recitó el comienzo del famoso libro. Don Quijote la abrazó emocionado mientras Sancho decía al oído de su padre que ellos eran de la Mancha, y que allí también había manifestaciones por doquier contra el despilfarro y los recortes.

    Y  se dirigieron hacia Atocha con el fin de coger el ave y volver a su pueblo para descansar. Al bajar por la carrera de San Jerónimo, don Quijote dijo a su escudero, mirando a la izquierda:
  - Sancho, quiero que te fijes en ese palacete, el congreso de los diputados, pues otro día vendremos más despacio a hablar con estos señores.
   -Cuente vuesa merced conmigo, que ya me estoy regustando con esta aventura, pero no lo deje mi señor para muy tarde, que creo que merecen un repasito.
  -Será muy pronto, te lo prometo, Sancho amigo, si nuestro don Miguel así lo dispusiera en seguida.

Y en el ave se fueron a su casa, que el día había sido duro y apenas habían probado bocado.
   

 Antonio Aravalle






     

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