sábado, 21 de enero de 2012

Brillan monedas oxidadas, de J. Eduaro Zúñiga



Brillan monedas oxidadas…. Así avanza la lectura de  esta antología de relatos se revela lo acertado del título. En las entrevistas de presentación, Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929) advertía que esas monedas oxidadas son los recuerdos arrumbados a los que una determinada luz devuelve su brillo, pero también son el tono lírico, la particular cadencia de las frases del autor y el estilo de pensamiento que se nutre en el romanticismo y en la gran literatura rusa. Ingredientes al margen de las últimas modas literarias pero de ninguna manera trasnochados. Monedas fuera de la circulación, como el Romanticismo, predilección de Zúñiga, que documenta en Desde los bosques nevados, una colección de ensayos literarios, líricos y perspicaces, centrados en los grandes autores rusos. También parecen démodées estas tramas ambientadas en la guerra civil española, o en la España perseguidora de moriscos, en Interminable noche de los miedos, en el París de los años veinte –París, última decisión–, en el Madrid de los años 30, –No llegará el sobrino de Praga–, donde se evoca la figura de Kafka,  o en un tiempo de capas, canónigos, puñales y rondas de noche –Conjuro de marzo–, etc. Pero el romanticismo y el análisis de las psicologías de los personajes, nobles o del pueblo llano, ilustres o analfabetos, en sus obsesiones, en lo irracional de sus actitudes, le sirven a Zúñiga para mostrar la densidad de los sentimientos y transmitirnos el apetito de grandeza y de rebeldía que encierra el corazón del hombre. Su universo literario es simbólico, no realista, siquiera cuando el episodio transcurre en el Madrid moderno, como en las estupendas Jazz sesión y Has de cruzar la ciudad.
Lo fantástico, lo irracional, la sensualidad exaltada, como manifestaciones de una percepción más honda y rica que la que revelaría la expresión racional, son constantes en el dibujo de sus personajes y en la creación de atmósferas, y por eso al lector le llegan los ecos de los cuentos de Guy de Maupassant o de Flaubert en El campanero de San Sebastián, previsibles por su relación con la obra del ruso Turgueniev. Pero también de los Siete cuentos góticos de Isak Dinesen en El ramo de lilas, con sus forasteros misteriosos que liberan el alma cautiva de un hombre ahogado en su matrimonio, en Agonía bajo el manto de oro y, más revelador, en el primer relato, El festín y la lluvia. Aquí, un grupo de elegantes desconocidos esperan a cubierto que amaine el aguacero que amenaza con inundar la ciudad, distraen su inquietud interesándose por el relato de una boda de alto copete hasta que una joven manifiesta el deseo de ser abrazada por un hombre joven “y reírme y no sentir miedo”, frases que todos censuran menos una mujer que “sonríe como una ciega que intuyese el mundo de la luz”. Un desafiante afán de plenitud sensual como correlato de libertad, de trascendencia individual, vertebra la obra de Zúñiga que sabe detectar en nuestro presente de bares musicales y veladas al abrigo de la televisión “un vacío de ilusiones”. Urbanitas como nosotros “presienten la seducción de la aventura”, pero confunden su apetencia de audacia e “impunidad nocturna” con hambre y entonces “piden por teléfono una pizza” (…) con “voces apremiantes, porque no pueden soportar el apetito incontenible de darse a la noche”. Para contentar estas ansias, jóvenes mensajeros recorren la ciudad en moto portando pizzas, como Carmela, la protagonista de Has de cruzar la ciudad, una emblemática figura de nuestro autor. La muchacha inexperta, deseable, se adentra en el Madrid nocturno cuyas calles se ofrecen como un laberinto listo quizá para devorarla. Como en su novela de 1999, la extraordinaria Flores de plomo, donde narra las repercusiones del suicidio de Larra en la vida de varios personajes, como en Ruinas, el trayecto. Guerda Taro, uno de los mejores relatos de Capital de la gloria (2003), ambientados en la guerra civil española,  Carmela circula ateniéndose al itinerario prefijado y las calles son un teatro barroco donde pululan chaperos, putas, gente de fiesta, drogadictos, viejos colegas o alegres estudiantes, todos incitaciones descarnadas del deseo. En Flores de plomo, la caprichosa amante de Larra recorre las calles de Madrid en noche de carnaval, para recuperar sus cartas de amor y su recorrido simboliza desandar el camino de la pasión. Un Madrid de disfraces y desmesura aquí y un Madrid en ruinas con sus calles levantadas por las bombas en Capital de la gloria, es siempre el escenario delirante de una fuga. Por una vez, Zúñiga deja a un personaje suyo descubrir un bocado de auténtica libertad cuando convierte a Carmela a la vez en una lady Godiva y en una Victoria de Samotracia que a lomos de su moto se adueña de la ciudad “rebosante de todo lo que alienta alegría, placer y juventud”.
©María José Furió
Publicado en Culturas-La Vanguardia, marzo 2011
Brillan monedas oxidadas, Galaxia Gutenberg 2010

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