lunes, 9 de mayo de 2011

Incendies, una tragedia actual




Ayer vi una película excepcional, de esas que no se olvidan nunca. Se titula Incendies, dirigida por el canadiense Denis Villeneuve y con un guión basado en la obra teatral del mismo nombre del libanés-canadiense Wajdi Moijawad.
Desde la primera escena te atrapa esta película, y cuando llega el final, dos horas después, querrías que aún continuara. Es una tragedia griega reescrita para el cine con una precisión sobria y contemporánea, que al final te lleva al horror, al tabú, a lo inefable.
Las marcas imborrables del pie de un niño nacido de un amor imposible,  señalado como Edipo desde su nacimiento, marcarán también la historia paralela de la madre y de sus hijos gemelos en busca de su origen. Y la película nos marcará también a nosotros, los espectadores, porque recorriendo el camino de los personajes entenderemos mejor, ubicada en el mundo actual, una tragedia clásica, esa que muestra la cara de la madre cuando se encuentra a la vez  y en el mismo momento con el amor y con el horror de su propia vida.
La mirada y la expresión de la madre en esa escena, la mirada del niño del pie marcado cuando lo rapan en el orfanato, la falta de palabras en la escena en la que los gemelos entienden que uno más uno es igual a uno valen para toda la vida. Y alrededor, el amor, la violencia. Un amor cuyo fruto es un hijo violento y criminal. Unos hijos amados, nacidos de un acto violento. Y en medio, la guerra, la asquerosa guerra. No esas guerras de escritores clásicos, lejanas en el tiempo y cuyo dolor apenas se percibe,  sino las guerras de ahora mismo, cuya violencia genera un dolor insoportable y abyecto. Y  al final de la película, la calma, ese sosiego que se siente después del desenlace, al ver cómo actúa ese ser marcado para siempre por su destino.
Traigo aquí tres artículos encontrados en la red, por si los queréis leer.



Memoria del espanto

Escrito por Carlos Boyero
 Sabía que me había cruzado varias veces en los festivales con esta película, pero debido a la obligación tantas veces inútil de dar noticia rigurosa o frívola de lo que exhibe la sección oficial, se te escapan algunas cosas notablemente más interesantes que el cine a concurso y que han sido relegadas a secciones paralelas por criterios selectivos difíciles de entender, entre el surrealismo y la estupidez. Es canadiense, cinematografía que exporta numerosos directores, intérpretes y técnicos a Hollywood, pero que mantiene un cine de autor tan insólito como atormentado. Allí nació la genial Léolo, la poesía más desgarrada hecha cine, vomitada por Jean-Claude Lauzon, alguien que como los febriles y sufrientes personajes de su película, disponía de todas las papeletas para no llegar a viejo. Canadá es el permanente universo del retorcido y siempre atractivo Atom Egoyan. Y tampoco abandona esa identificable geografía el ingenioso, intenso y demasiado retórico Denys Arcand, alguien que se ganaría muy bien la existencia en el cine francés.
Denis Villeneuve adapta en Incendies una obra de teatro, pero el lenguaje que utiliza no permite imaginar los orígenes. Desprende sabor a cine. Posee tono enigmático y un argumento terrorífico. Lo segundo transmite aún más miedo, cuando te enteras de que no ha nacido de la imaginación, sino que está basado en miles de hechos reales. Su metraje es largo, pero no pesa. Te hace compartir la angustia de sus protagonistas, buscar con ellos respuestas que presientes dolorosas a interrogantes misteriosos.
Después de la muerte de una mujer árabe exiliada en Canadá (cualquier espectador medianamente informado de las atroces noticias del mundo, sabe que están hablando de Líbano en los años ochenta, pero innecesariamente, con el ánimo de universalizar la historia, jamás aparece el nombre de ese país ni se sitúan en las fechas de los hechos más salvajes que ocurrieron allí), un notario le entrega a sus hijos mellizos dos cartas que ha escrito la difunta y que solo podrán abrir después de que estos hayan encontrado a sus desconocidos padre y hermano.
El viaje de estos a unas raíces presumiblemente siniestras, el progresivo descubrimiento de una madeja cuyo final solo puede conducir al horror, la constatación de esas heridas prematuras que van a marcar el resto de la vida condenando a los que las han sufrido a la supervivencia más desolada, el imperio del fanatismo religioso o social y la inimaginable crueldad de la que es capaz contra todos aquellos marcados con el estigma del enemigo y que incluye a los niños, la legitimada utilización de la abyecta tortura para destruir física y mentalmente a la indefensa presa, está descrito con realismo alucinado, con imágenes poderosas y silencios y elipsis que se expresan con más intensidad que las palabras. Es en el mejor sentido una película agobiante, dotada de atmósfera, que te contagia su temblor ante un desenlace tan brutal como cargado de lógica. La lógica en la que se pueden escudar las consecuencias de la puta guerra.



Edipo padre
Escrito por  Eloy Domínguez Serén
Prólogo: un poderoso y escalofriante travelling cruza la ruinosa estancia de un orfanato árabe en el que un grupo de niños están siendo trasquilados mientras escuchamos la afligida voz de Thom Yorke (líder de Radiohead) cantando You and whose army. Uno de estos niños mira a cámara. En la siguiente secuencia nos trasladamos a una sombría oficina de Quebec, donde un notario comunica a una pareja de mellizos el testamento y últimas voluntades de su difunta madre. El fedatario comienza a leer. Tras manifestar el deseo de la fallecida de ser enterrada sin ataúd ni lápida, desnuda y boca abajo como señal de expiación, entrega a cada uno de los hijos una carta sellada. A ella, Jeanne (Mélissa Désormeaux-Poulin), le da una misiva dirigida a su padre. A él, Simon (Maxim Gaudette), una epístola para su hermano.
El encargo de Nawal Marwan, la madre, es contundente: su alma sólo podrá descansar en paz si ambos entregan sendas cartas a sus respectivos destinatarios. Sin embargo, ninguno de ellos conoce la identidad de los receptores. De hecho, hasta ese momento, ambos creían que su padre había muerto en algún pueblo de Oriente Medio e ignoraban que su madre hubiese tenido más hijos. Mientras Simon rechaza esta petición considerándola el siniestro delirio de una mujer moribunda, Jeanne decide aceptar la encomienda y emprende la búsqueda de su anónimo padre.

Este es el sobrecogedor comienzo de Incendies, adaptación cinematográfica de la obra homónima del dramaturgo canadiense-libanés Wajdi Mouawad, uno de los autores más influyentes de la escena teatral francófona actual. El encargado de transcribir a imágenes esta variación contemporánea y multiétnica de Edipo rey es el canadiense Denis Villeneuve, un cineasta cuya trayectoria, desde Un 32 août sur terre (1998) hasta Polytechnique (2009), pasando por Maelström (2000) e incluso el cortometraje Next Floor (2008), ha sido respaldada por la crítica europea, cosechando numerosos premios en festivales como Cannes o la Berlinale.
La búsqueda de Jeanne de su padre la lleva a destapar el terrible pasado de su madre, desde que se quedara embarazada a los quince años en una aldea de un país de Oriente Medio que, si bien no llega a especificarse en ningún momento, podemos identificar como Líbano durante la guerra civil que asoló este país entre 1975 y 1990. A partir de este momento el film se estructura a través del paralelismo entre la historia de ambas mujeres, madre e hija. Mientras la primera busca desesperadamente al hijo que le arrebataron de las manos al nacer, la segunda hace lo propio con el padre que siempre dio por muerto. La joven Nawal (soberbia Lubna Azabal) y su hija recorren los mismos lugares en tiempos y contextos muy diferentes. Una trata de desenterrar los secretos que la otra había intentado sepultar para siempre.

Cuanto más indagamos en el pasado de Nawal a través de la investigación de Jeanne más nos sumergimos en una devastadora tragedia cercada por la violencia, la ira, la venganza, el miedo, la desesperación y la infamia. En otras palabras: por la guerra. Los contendientes son tantos y tan parejos en la llamada a la violencia que resulta casi imposible saber quién mata a quién y por qué motivos. Torturas, violaciones y asesinatos asolan cada secuencia, escena, plano, fotograma. Es el horror del que hablaba el Coronel Kurtz de Apocalyspe Now. Cuantos más secretos nos son revelados más tentados nos sentimos de cerrar nuestros ojos, tapar nuestros oídos, darnos la vuelta y volver a sepultar esos atroces recuerdos. Rayando el límite de nuestra tolerancia, las secuencias del tiroteo y posterior calcinación del autobús y los niños huyendo de un francotirador son devastadores retratos de la más absoluta miseria humana.
Cada nueva pista, cada rastro, cada testimonio nos acerca y aleja más y más del padre ausente, haciéndonos naufragar en un enigma que se nos escapa entre los dedos a cada brazada que damos. Seguimos a Jeanne en su obstinado intento por descubrir tanto quién es su padre como, sobre todo, quién demonios fue su madre. Compartimos su conmoción al descubrir que Nawal había estado en prisión por asesinato y allí (donde la conocían como “la mujer que canta”) había sido víctima de sistemáticas vejaciones y violaciones. También padecemos la frustración de la hija por no poder capturar el espectro de su progenitor.
Será entonces, cuando el espectador cree que ya no puede soportar más, que su transigencia ha sido sobrepasada y su paciencia agotada, que ha llegado a un callejón sin salida, al laberinto del Minotauro, cuando la tercera historia vuelva a entrar en escena como una apisonadora: Simon, el hijo, y la búsqueda de su hermano. Si hasta ese momento habíamos podido creer que Villeneuve había ido perdiendo poco a poco el pulso de la narración, es entonces cuando somos conscientes del férreo control que el autor había ejercido sobre esta milimétrica y rotunda historia. En un desenlace tan demoledor como redondo comprenderemos que Jeanne jamás podría encontrar a su padre si Simon no buscase a su hermano y viceversa.




Edipo, el verdugo
Escrito por Fernando Zamora

Durante la primera secuencia, la cámara se desliza hacia el interior de un orfanato. Viene acompañada por música inquietante. En poco tiempo reconocemos a Radiohead. Adentro del orfanato, unos soldados están rapando niños y la caída del pelo sirve de pretexto al director para enfocar los pies desnudos de un muchacho que tiene en su tobillo una marca, un tatuaje. La cámara se concentra entonces en la mirada del niño. Intuimos que estamos viendo una película excepcional.
En Incendies, el director retoma algunos de los mitos más recurrentes en el imaginario humano: un bebé que, como Moisés, es puesto en un río; unos gemelos que simbolizan la irrupción del caos, la marca de reconocimiento en un héroe que no es lo que parece y un entierro que no puede ser consumado. Todos estos elementos remiten al género más estudiado en la narrativa: la tragedia. Incendies confirma que el pathos griego vive en el cine; es una obra de perfección aristotélica que purifica el alma con base en los miedos que Freud usó para su teoría sobre el inconsciente: el terror al padre, el amor erótico a la madre. Para exorcizarlos se inventó la tragedia, se inventaron los misterios de Eleusis.
Pero el mayor logro de Villeneuve está en que, a pesar de su profundidad, cuenta una historia que transita a muchos niveles de lectura. Incendies puede ser leída sólo como una entretenida investigación familiar llena de giros inesperados. La historia gira en torno a un encuentro entre hermanos. Algunos de ellos son fruto del amor; otros fruto de la violencia. Pero ser engendrados en el amor no erradica el sadismo. Tampoco los hijos de la violencia dejan de sentir amor. La clave está en que todos somos como estos gemelos que, más allá de sus circunstancias, tienen que adueñarse de la verdad de su pasado para liberarse por fin del resentimiento, de la crueldad; del sadismo, el horror.
Lo que pareciera un exceso de corrección política hacia el inicio de la película, comienza a adquirir sentido poco a poco. Finalmente entendemos que no es necesario profundizar en las guerras de Líbano y en el enfrentamiento entre cristianos, judíos y musulmanes (esos hermanos siempre peleando), para contar esta historia. Entendemos que aquí lo que realmente importa no es el complejo escenario político en el que se sitúa la película. Hacia el final entenderemos que de lo que habla Incendies trasciende incluso el horror de la guerra libanesa porque va hasta los orígenes del tabú, hasta el origen del mal en nosotros mismos.
La magnífica puesta en escena, la actuación de una protagonista que recuerda a Juliette Binoche en sus mejores momentos y todos esos detalles que hablan de un verdadero trabajo poético en la construcción de una historia, me han convencido de que Incendies es una obra maestra del cine contemporáneo.

Ficha técnica


Incendies (La mujer que cantaba). Dirección: Denis Villeneuve. Guión: Denis Villeneuve basada en una obra de Wajdi Moijawad. Música: Grégoire Hetzel y Radiohead. Fotografía: André Turpin. Con: Lubna Azabal, Melissa dé Sormeaux Poulin y Abdelfhafour Elaaziz. Canadá, 2010. Foto: Stephenlan.com.





Curiosidad: El parecido entre Lubna  Azabal y nuestra Laia Marull.

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