jueves, 7 de abril de 2011

Pipo, mi perro





Ahora que ya va notándose un poco el calor de la primavera, me gusta salir un buen rato paseando con Pipo por la calle  camino del parquecillo que hay junto al museo de Ciencias Naturales. Él va husmeando todos los rincones y luego trota un rato. Después nos sentamos y hojeo el periódico. Cuando se cansa de esperar, emite un gruñido apenas audible, pidiendo que paseemos otro rato. A la primera de cambio no le hago caso; pero ante la insistencia, pliego el periódico y seguimos nuestro camino. Cuando llegamos a casa bebe agua con ansia y me pide una golosina. A veces accedo pero otras no, pues convertiría cada paseo en motivo de premio. Y aunque el premio es el paseo en sí, en ocasiones le doy un par de galletas que se traga en un santiamén. La verdad es que es guapo y positivo este simpático chucho. Me gusta, por primario y por cariñoso. Lo justo, para no cansar.



Traigo aquí una entrada que ya coloqué en el blog hace unos meses, cuando hice una semblanza de mis animales.


"Entró en nuestra vida como sin querer, ocupando el hueco que Linda había dejado unos meses antes, cuando desapareció. Pipo era entonces un cachorrillo semiabandonado de color canelo, que mordisqueaba todo lo que encontraba a su paso, y que alborotaba la vida allí por donde pasaba. Pero también era un perro miedoso y precavido: aún recuerdo cómo se resistía a entrar en el ascensor cuando nos lo trajimos del pueblo.

Pipo es un perro alegre, bruto y cariñoso. Siempre está dispuesto a saludarte y a jugar, para él es lo mismo, y también a salir de paseo. Come cuanto se le echa en su cuenco, pero además, al menor descuido, se zampa en un santiamén cualquier manjar que encuentre por la calle. Aunque para manjares, aquellos dos filetes de ternera que hábilmente secuestró de una bolsa del supermercado dejada en el suelo de la cocina, cuando sonó el teléfono una tarde de este otoño que está terminando. Eso sí, en cuanto lo advertí y se lo reproché, se fue directamente al rincón del castigo sin que yo le dijera nada más.

Es un perro práctico y astuto. Y testarudo. En el pueblo se pierde siempre al volver del paseo por el campo, y eso le permite callejear y husmear a su antojo, y buscar encuentros con sus amigas. Después, cuando lo considera oportuno, vuelve a casa y llama a la puerta falsa para que le abramos y, si no estamos, unas veces opta por darse una vuelta más y otras, por echarse en la calle hasta que regresemos.

Pipo es cariñoso, muy cariñoso, con todos aquellos a los que les gustan los perros, y juega con ellos hasta el agotamiento, sin más límite o freno que el que se le imponga con reiteración. Pero ignora sin rencor alguno a las personas que no conectan con los perros, no les hace caso alguno, les deja estar en paz.

Hasta en el dormir es práctico y brutote. Se le ve a menudo panza arriba, despatarrado y con todo al aire, muy lejos de la dulzura de Linda cuando estaba dormida. Aunque también Pipo puede ser elegante y delicado, como cuando prepara su cama en invierno, haciendo un ovillo con la jarapa de la cocina y enrollándose en ella hasta encontrarse a gusto.

Lo más bonito de Pipo es su mirada, siempre tierna y transparente. Y lo que más enfada, su comportamiento en el pueblo, cuando, libre de correas, lo llamas y, en lugar de venir, hace un quiebro como de juego y se marcha corriendo a la ventura, perdiéndose por las calles. Su tozudez va unida a la  seguridad de encontrar la casa abierta a su regreso. Pero su mirada siempre es la mejor prenda  de su fidelidad y de sus atenciones.


Dedicado a Ana



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