lunes, 10 de enero de 2011

Música para un tiempo de alegría

19 Feb 2008

 

Durante unos días voy a olvidarme de las cosas negativas de la vida; me voy a fijar sólo en lo positivo, en lo que me hace reír, en lo que me pone contento, en aquello que me hace seguir adelante.
Yendo el otro día hacia el pueblo, para pasar el fin de semana, paré un ratillo el coche porque tenía algo de sueño. Así que, en la raña de Malpica de Tajo, me metí en un camino junto a la carretera, di la vuelta al coche para dejarlo preparado y me salí a tomar el aire.
Había una encina centenaria junto al camino y la carretera, y me acerqué a su tronco rugoso y robusto. La copa era perfecta. La brisa era estupenda. Miré hacia el suelo y...todo estaba lleno de botellas de plástico, botes de bebida... una cosa demencial. A la sombra de aquella encina se habían cobijado en verano decenas y decenas de personas, resguardándose del sol, y como agradecimiento, habían dejado allí toda su basura. Algo falla cuando esto se hace sin conciencia de lo que se hace.
Cogí una bolsa grande de plástico del maletero y unos guantes, y retiré toda la basura que aquel suelo no podía reciclar. Los coches pasaban a la vera de la encina a una velocidad de vértigo, porque es una recta prolongadísima.
Sé de lo inútil de mi actitud, sé que un grano no hace granero, pero ayuda al compañero. Metí la bolsa, llenísima, en el maletero y estuve algunos minutos cerca de la encina, ya limpio su suelo. En el pueblo más cercano tiré la basura en los diversos recipientes, sobre todo en el de los envases. La acera de la carretera, en ese pueblo, estaba llena de bolsas de golosinas, revoloteando en el viento; al lado una papelera de diseño imposible estaba vacía.
Al día siguiente, Mariví y yo tuvimos la feliz idea de ir a la parte alta de Cabañeros, ese estupendo parque nacional. Pero en los aledaños del parque, una montería reunía a más de cincuenta todoterrenos y toda la infraestructura que eso conlleva.
Miramos para otro lado y, de la cadena hacia adelante, ya en el parque, todo era un portento de conservación, ya que la administración de Cabañeros lo ha dejado como debe ser: intervenciones discretas y muy eficaces. Por oír, oímos hasta el reclamo continuado de un pajarillo, del que no sabíamos el nombre pero sí la forma y el timbre de su melodía. No nos encontramos con nadie, porque desde la cadena los coches no existen, y quizá porque éste fue un fin de semana poco movido.
Al regresar, el cuerno medieval anunciaba en los aledaños del parque el fin de la montería. Por el camino, junto a nuestro coche, todoterrenos con señoritos engominados y disfrazados de guerreros, obreros con monos azules, camionetas con perros hacinados, reses muertas, venados sobre todo...
(Al mediodía, habíamos comido en un merendero junto a un soto, abierto todo el año. Si no hubiera caza, hace tiempo que hubiera cerrado.)
Con alegría por el disfrute en Cabañeros, y tratando de olvidar la montería, regresamos a casa dispuestos a que lo negativo no eclipasara lo positivo.
Sí, puede más el canto de aquel pajarito que los señoritos engominados y las reses muertas. Otras viven libres en el Parque y en él pervivirán.
Así que, ¡Hurra! por los que han hecho posible que Cabañeros Alto sea como es.










No hay comentarios:

Publicar un comentario