miércoles, 12 de enero de 2011

La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid durante la Segunda República: Una exposición y un símbolo


26 Ene 2009

 


En estas fechas se cumplen 76 años de la inauguración de la Facultad de Filosofía y Letras en la Ciudad Universitaria. El Ayuntamiento de Madrid y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales han querido conmemorar esta efeméride con la organización de la muestra La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en la II República. Arquitectura y Universidad durante los años 30, en el Centro Cultural Conde Duque hasta el 15 de febrero.



Antes de entrar en la exposición, evoco la primera vez que entré en el edificio de la Facultad, allá por octubre de 1969, y a aquellas fechas me traslado con la imaginación.

Por fin; hemos llegado. Al entrar por primera vez en la facultad sentimos mucha alegría, pero también una sensación extraña al ver en la puerta y en el vestíbulo varias parejas de policías en actitud vigilante. Repuestos del temor que infundían los grises, observamos con interés el edificio que iba a ser nuestra otra casa durante cinco años, y nos sentimos como en un lugar nuevo, un sitio distinto a los que hasta entonces habían sido los colegios o escuelas donde habíamos estudiado. La facultad estaba como fuera de la ciudad, en un espacio pensado para el estudio y la expansión, nada tenía que ver con el caserón de San Vicente Ferrer, ni con la Escuela Normal.
Aquel edificio alargado y apacible, de aulas espaciosas y abiertas al espacio exterior, tenía una historia y nadie me la hizo saber entonces, pues a la presencia de los policías estaba unida, aún , una considerable caterva de profesores franquistas que impedían, con su poder y su notoria presencia, la libre expresión de otros muchos profesores que sólo en voz baja hablaban de la efímera gloria de aquella facultad de Filosofía y Letras de la República, de sus profesores y de todo lo que vino después.
Empezamos las clases a mediados de octubre. Yo tenía diecisiete años y toda la juventud del mundo me rodeaba en aquel Centro. Allí iba a aprender muchas cosas, incluso a aprenderlas de otra manera. Allí también tomaría conciencia de en qué país vivía. Allí, por primera vez, mis compañeros iban a ser chicos, sí, pero también chicas. ¡Qué cosas! Aún faltaban seis para que Franco se muriera.

A pesar de los guardias y de la dictadura, mi ingreso en la Facultad supuso un cambio profundo: Lo recuerdo como un espacio de libertad, un tiempo de estudio y de amistad, un lugar con un bar memorable, una biblioteca abierta y silenciosa, algunos profesores que sabían enseñar y compañeros que aún hoy forman parte de mi vida.
De todo esto hace ya casi cuarenta años, los mismos que habían transcurrido desde que se empezó a construir el edificio de la Facultad hasta cuando en ella me matriculé. Entonces no pude saber la historia del edificio y sus profesores, no era posible, salvo confidencias en voz baja. Hoy, gracias a la Exposición en el Conde Duque, puedo completar lo que he ido sabiendo poco a poco. Hoy, en enero de 2009, setenta y seis años después de la gozosa inauguración del edificio de la facultad.”



Comienza la Exposición con una fotografía cuyo pie dice
“El domingo 15 de enero de 1933 el Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, en compañía del Jefe de Gobierno, Manuel Azaña, y varios ministros del Gobierno -Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto, Luis de Zulueta, etc.-, inauguró el edificio de la Facultad de Filosofía y Letras en la Ciudad Universitaria”. Dicho acto fue enormemente simbólico y tuvo gran repercusión en la prensa y en los medios intelectuales, pues se trataba del primer edificio que se inauguraba en el nuevo campus. «¡Renovación del cuerpo y del espíritu! La Facultad de Filosofía y Letras despierta a una nueva vida en un nuevo paisaje», exclamaría su Decano, Manuel García Morente.”

Los comisarios de la Exposición han tenido el acierto de ubicarla en dos salas bien diferenciadas: en la primera, podemos contemplar la construcción del edificio, la inauguración y los tres primeros años de su funcionamiento; en la segunda, la guerra, la reconstrucción y la reinauguración. Después de una dinámica etapa optimista y moderna se pasa a la destrucción obscena y a un aquelarre fantasmal de tipo religioso- militar a modo de inauguración. La figura de García Morente, el decano emprendedor, el motor de aquella facultad, simboliza la tragedia de la guerra, también en la facultad: perseguido por sacerdote en el Madrid republicano de los primeros meses de la guerra pasará por la depuración acabada la misma y terminará su vida retirado de la vida académica. Otros muchos profesores fueron asesinados, se marcharon al exilio o quedaron postergados o desposeídos de sus cátedras. Ya nada pudo ser igual, tampoco allí.



En la primera de las salas de la exposición un texto de don Alonso Zamora Vicente

“El ambiente, unos meses antes de ir allí nosotros, era un campo de trigo. Sí, era un campo de trigo, acostado suavemente ante los montes de Guadarrama. En poco tiempo surgió la Facultad nueva, con su arquitectura tumbada, y sus ventanales generosos, y sus pasarelas de barco nuevo y blanco. Iban surgiendo los árboles tiernos, los caminos, cada revuelta a la caza de su sorpresa. Dentro, en la casa, había un piso de cada color. Piso rosa, piso verde, piso azul. Y una terraza, y ascensores, y un bar… El bar era la antítesis y el complemento de la terraza, ancho mirador hacia los montes, donde se paseaba sin apuro las mañanas iniciales de la primavera”.

“La idea de dotar a Madrid de una moderna Ciudad Universitaria fue un proyecto de Alfonso XII. La Junta Constructora se constituyó en 1927. El gobierno de la Segunda República impulsó las obras, pero hasta la Guerra Civil, la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid sería la única que llegaría a funcionar plenamente.
Desde el punto de vista arquitectónico, esta obra de Agustín Aguirre destacaba por su modernidad. Fiel ejemplo de la arquitectura racionalista de vanguardia, partiendo de una estructura simétrica, disponía de amplios pasillos y escaleras para facilitar la circulación de personas, mientras que en las aulas grandes ventanales permitían aprovechar al máximo la luz en el espacio docente. Asimismo, este edificio «sereno y limpio como un soneto», en palabras de Víctor de la Serna, sobresalió por novedades tecnológicas punteras -sistema de enfriamiento del aire y calefacción, ascensor tipo ‘noria’ (Paternoster), sistema de proyección en el aula magna-, valiosos elementos decorativos -una gran vidriera Art Decó en el vestíbulo principal- y un mobiliario de esmerado diseño, del propio Agustín Aguirre a partir de modelos estudiados en un viaje que hizo por Europa con este objetivo.
El cambio al nuevo edificio coincidió con la implantación de un innovador plan de estudios impulsado por el Decano de la Facultad, Manuel García Morente, quien se quejaba de que «los exámenes por asignaturas convertían a la Facultad en una oficina administrativa, donde lo importante era la matrícula, el examen a fin de curso y los requisitos para la obtención del título. La enseñanza se limitaba a la adquisición de unos pocos conocimientos -generalmente memorísticos- necesarios para cumplir decorosamente en el acto del examen». Por ello, el nuevo plan suprimía los exámenes de cada asignatura y establecía dos pruebas de conjunto, una a mitad de la carrera y otra a su término.
Los estudiantes no estaban obligados a asistir a clase y podían elegir libremente sus asignaturas. De esta forma, los profesores tenían «que conquistar a diario su autoridad y prestigio y conservarlo mediante continuo esfuerzo al servicio de la enseñanza».
Y entre estos profesores que enseñaron e investigaron en los años treinta en este edificio, se encontraban los mejores intelectuales y escritores del momento, muchos de ellos estrechamente ligados a la Institución Libre de Enseñanza: José Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, Manuel García
Morente, María Zambrano, Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Rafael Lapesa, Miguel Asín Palacios, Elías Tormo, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Claudio Sánchez Albornoz, María de Maeztu, Hugo Obermaier, etc. Se trataba de «clases inolvidables» según las define en Recuerdos míos, Isabel García Lorca, estudiante de la Facultad en aquella época, idea que compartían otros compañeros suyos como Alonso Zamora Vicente o Camilo José Cela.

En consonancia con este afán por una renovación integral de la enseñanza de las Humanidades, el Decano García Morente organizó, con el pleno apoyo del gobierno republicano, el famoso Crucero Universitario por el Mediterráneo en verano de 1933. Este viaje de estudios -del que también se cumplen 75 años en 2008-, en el que alumnos y profesores convivieron en durante dos meses visitando lugares fundamentales de las civilizaciones antiguas, está considerado como uno de los grandes episodios de la Edad de Plata de la cultura española.


En la segunda de las salas de la exposición otro texto de don Alonso Zamora Vicente

“Un día se cortó aquello, de un tajo fuerte, decidido, sin retroceso”.
Durante la Guerra Civil, la Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria, cuartel de la XII Brigada Internacional, sufrió considerables daños y los libros de su valiosa biblioteca fueron usados para construir barricadas. Se trata de un período trágico que testimonian numerosas fotografías y narra, de forma estremecedora, John Sommerfield en Volunteer in Spain. Aunque esta obra de Agustín Aguirre se reconstruyó después del conflicto y fue reinaugurada por Francisco Franco en 1943, muchos de los profesores, sin embargo, fueron depurados o se exiliaron, y esa «nueva vida» de la Facultad de Filosofía y Letras quedó truncada.

75 años después de aquella efeméride, la muestra que acogen las salas del Conde Duque analiza el significado histórico de dicha inauguración, el singular valor de la arquitectura de Agustín Aguirre, la decisiva contribución de la Facultad de Letras madrileña a la Edad de Plata y cómo la guerra destruyó uno de los proyectos arquitectónicos y educativos más destacados de la historia de la Universidad en Europa.”

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