martes, 11 de enero de 2011

Homenaje a Pablo el día de su jubilación






El  miércoles treinta de junio de 2010, se jubiló en mi Instituto un gran compañero y amigo, Pablo. Y en su homenaje leí unas palabras que me parece oportuno subir aquí, una vez conocidas por él y por el Claustro.
 

Querido Pablo:

¡Ay! En un momento tan especial como éste debería improvisar unas palabras. Pero no me fío; la emoción podría jugarme una mala pasada. Así que esas palabras las traigo escritas. Permíteme que las lea.

Pues sí. Ha llegado el día en el que tenemos que despedirte como compañero. Los que aquí seguiremos trabajando, te echaremos de menos muchas veces. Pero no lo olvides, sólo te jubilas de tus tareas como profesor. Como amigo, te quedan muchos años en activo. No lo dudes. Nada va a alejarte de los que tenemos la suerte de ser amigos tuyos.

Nos conocimos hace treinta años, en el colegio M., después de rodar por diversos centros, como todo el mundo. Entonces éramos jóvenes, y no sabíamos que la vida iba en serio. Como decía Gil de Biedma, eso lo empieza uno a comprender más tarde. Teníamos un futuro venturoso por delante. Teníamos mucha energía y mucho interés por hacer bien nuestro trabajo. Pero también teníamos deudas, dificultades y dudas. Muchas dudas de casi todo, disfrazadas, eso sí, de certezas. ¡Ay, la juventud!

Ufff! Debería abandonar de inmediato este tono. Y recordar cosas que nos hagan sonreír en el día de tu jubilación. Sí, pienso que será mejor cambiar de tercio y compartir con el Claustro algunas anécdotas.

Recuerdo a un Pablo treintañero, coqueto y con lentillas. Un joven de abundante melena ensortijada y una imponente barba negra. Un tío fortachón, con un chándal impecable y una estupenda afición al deporte. Alguien temido cuando se jugaba el partido de fútbol entre profesores y alumnos el día del maestro. Tu buen juego y tu fortaleza eran legendarios. Y, en el recreo, año tras año, se oía decir a algún alumno avispado:
- ¡Cuidado con don Pablo, no dejéis que se mueva!
- ¿Por qué dices eso?- preguntaba otro.
- No lo ves, chaval, es un tío fuerte. Y tiene fama de clavar tres goles cada año.
- ¿Y los demás profes?
- Los demás, de relleno. Sólo están para pasarle balones.
Y vaya que si caían los tres goles; y más. Tu fuerza sólo era comparable a tu defensa del juego limpio.

Recuerdo a un Pablo precavido cuando, allá por 1984, o sea en la prehistoria de las nuevas tecnologías, me puse a abrir una caja que contenía la primera cámara de vídeo que envió el Ministerio a nuestro Centro. Las instrucciones estaban en coreano y en inglés. Desafortunadamente no dominábamos esos idiomas ninguno de los dos. Pero yo no me conformé. Y me puse a toquetear los botones de la cámara mientras tú me refrenabas. Así hasta que te dije:
- Pablo, yo creo que esto ya está en marcha.
Y así fue como grabé, por primera vez en mi vida, unas imágenes en vídeo. En ellas se veía a un Pablo cascarrabias diciéndome:
- Ten cuidado con ese chisme, Jesús, que te lo vas a cargar...
Nos reímos un buen rato viendo aquel vídeo una y otra vez. Nos reíamos de mí, por lo malas que eran las imágenes. Y de ti, porque ya eras todo un actor de carácter.

Luego hicimos más de veinte vídeos en el Centro. Uno de los más interesantes lo preparaste tú. Se titulaba Cuatro días en Tres Cantos. Una experiencia inolvidable. Una curiosa manera de convivir con treinta alumnos en plena naturaleza. También fue inolvidable la batalla de almohadas entre alumnos que tuvimos que interrumpir hacia las dos de la madrugada…


No, no me olvido del Pablo de las fiestas, ni del de las excursiones, en las que nunca ha faltado tu buen humor. Tampoco ha faltado casi nunca tu impecable interpretación de Bienvenidos, el rock de Miguel Ríos. Tu coreografía y tu ritmo nada tenían que envidiar del rockero granadino…


Un momento especial fue el de hace ocho años, aquella mañana de julio de 2002. Nos enteramos de que íbamos a seguir trabajando juntos. En el concurso de traslados forzoso nos habían dado el mismo instituto, el E.. En Vitruvio, ese curioso lugar de sinsabores y de alegrías, nos dimos un abrazo emocionado. Después vinimos a conocer el Centro, y luego lo estuvimos celebrando toda la tarde.

Pablo: En el M. entregaste tu juventud y tu energía, sí. Pero ha sido aquí, en el E., donde has logrado tus mejores frutos. Y tú lo sabes muy bien. Tienes eso que llaman autoridad. Y la tienes porque das tus clases con estilo. Con esa mezcla personal, tan tuya, de rigor y de cariño. Con tu presencia puntual y entregada en cada clase. Con tu sabiduría. Tienes una estupenda forma de trabajar. Pero es difícil de definir. Quizá porque, como se afirma en El principito, “lo esencial es invisible a los ojos”.

Pablo: Gracias por ser tan buen compañero. Y, sobre todo, gracias por tu amistad.




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