martes, 25 de enero de 2011

Este sol de la infancia



La cita era a las nueve de la noche de un viernes de este mes de enero. En el pequeño zaguán del teatro”La puerta estrecha”, nos íbamos juntando los quince espectadores de la obra “Este sol de la infancia”, el máximo de espectadores señalado por la compañía “La pajarita de papel”.
La obra está basada en el recuerdo de los últimos días de don Antonio Machado en la pensión de Collioure, donde se alojaron su madre, doña Ana, y él, en aquellos trágicos y fríos días de febrero de 1939.

Se abre una puerta y nos recibe la portera de la pensión citada. Con mucho sigilo nos permite pasar al dormitorio de doña Ana, quien, metida en la cama, dormita, ronca y se ve engullida en una ensoñación a veces convertida en pesadilla. Nos sobrecoge la escena.
Doña Ana pasa a la cocina, y allí sigue en su ensoñación, en sus pesadillas, que esta vez contemplamos nosotros también. Primero, unos soldados perdidos, hambrientos, heridos. Luego, Leonor, la joven mujer de Antonio Machado, vestida de novia y bailando, o enferma de tisis pidiendo al poeta la lectura de otra poesía.

Avanzamos por un pasillo hacia la sala, donde vemos un fragmento de “El hombre que murió en la guerra”, de los hermanos Machado, contemplamos el catafalco del poeta, asistimos a una clase de don Antonio o vemos a madre e hijo, ya muertos, conversando sentados en un banco. Doña Ana se retira de la escena mostrando un papelito con unos versos que tenía el poeta en su cartera:


Estos días azules
y este sol de la infancia

La portera, que nos ha reñido varias veces, nos invita a salir. No hay aplausos ni saludos de los actores. Nada más. Dejamos atrás muebles de época, olores, luces, enseres, versos, derrotas, espejos, cuadros, pasillos, ambientes…
Salimos del teatro como si hubiéramos estado en Collioure en aquel febrero del 39. Al menos es lo que intentan hacernos creer los miembros de la compañía.

Realmente hemos tenido una experiencia singular, donde lo mejor ha sido la ambientación, las escenas de la cocina y el trabajo de la actriz que encarna el personaje de doña Ana.
En suma, una experiencia muy recomendable.


sábado, 22 de enero de 2011

Tara, mi gata




Tara es una gata blanca, con unas orejitas y un morro negros, unos bigotes cuidados y unos ojos azules imponentes. Llegó a nuestra casa cuando contaba sólo con unos meses, y ya va para dieciséis años que nos acompaña.

Desde pequeñita ha sido una gata ágil y sociable, a la que le gustaba mucho descubrir los rincones de la casa, sitios frescos en verano y calentitos en invierno. Es limpia y discreta, elegante en su forma de comer y caminar, y gruñona cuando la dejamos algún fin de semana sola  en casa, con su agua y su comida, pero sin compañía.

Tara es fiel a la casa y cariñosa casi siempre, con ganas de mimo. La he visto sentada encima del microondas, en la repisa del baño mientras Mariví se maquilla, en la mesa del estudio, junto al ordenador, extasiada con el icono del ratón. Metida dentro de un cajón de la mesa grande, sin saber por dónde salir; subida en la estantería de los libros, escondida en el armario ropero, debajo de la lámpara del salón, a modo de caperuza de peluquería.  En fin, la he visto en los lugares más inverosímiles. Aunque lo más para Tara en invierno es colocarse junto al trasero de uno de nosotros cuando estamos en la cama ; si es verano, con quedarse de centinela en una esquina se conforma.

Siempre era la primera en percibir que alguno de nosotros iba a llegar a casa: estuviera donde estuviera, iba calladamente por el pasillo hacia la puerta, y en la cómoda esperaba a que entrásemos; ahora le gana a menudo la partida Pipo, pues anda algo sorda y bastante delicada.

Tara es también pequeña, peluda y suave, como Platero. Y ahora está viejecita, dolida y muy mimosa. Come muy poco, pero siempre necesita tener a su disposición algo para llevarse a la boca y agua fresca, para no tener que robársela a Pipo.

A Tara le molesta mucho viajar y, cuando lo hace, se pasa todo el tiempo maullando en su bolso. Pero luego disfruta de lo lindo una vez que está en la casa del pueblo. Pasea  por el patio, camina por los tejados, come más y maúlla menos. Aún recuerdo una noche de bodas en el tejado, hace ya bastantes años…

Hace unos meses estuvo a punto de morirse. Sólo el tesón de Mariví y los buenos cuidados del veterinario lograron enderezar su salud. Ahora parece recuperar tiempos mejores. Pero, en el silencio de la noche, a veces el dolor la descontrola y maúlla insistentemente. Es el momento de que una llamada, “Tara, Tari”, la invite a venir a la cama y, cobijada en una caricia, se calme y se relaje mientras nos deja descansar a todos.

PD)

Y ahora, a mediados de enero de 2011, Tara ha empeorado progresivamente y, en los últimos días, ya no comía ni bebía y apenas se quejaba. Se ponía bajo la mesa del salón o en medio del pasillo, y ahí permanecía quieta, sin moverse, como esperando la nada. La llevamos al veterinario y apenas mejoró un poquitín. Hoy nos han dicho que nada podía hacerse. Así que hasta aquí ha llegado la vida de Tara, 16 años, una gata  blanca, peludita, suave, de imponentes ojos azules, cariñosa y juguetona. Tara, que llegó a esta casa cuando la inauguramos y que nos deja hoy un poco huérfanos de sus suaves peticiones de comida, de mimos y de caricias. 
 

viernes, 21 de enero de 2011

Aldapeko



Hace unos meses me envió mi hermano un audio con la canción Aldapeko. En su comentario Javi me decía "¿Cuántos años hace, cuarenta quizá? ". Luego hacía una reflexión sobre el paso del tiempo y sobre lo extraño de que por aquel entonces en Madrid, años sesenta, yo hubiera aprendido una canción en vasco.

Y así era. En la Escuela Normal de Magisterio de Madrid y en el coro de la Residencia Divino Maestro nos enseñaban a solfear, y además aprendíamos canciones a cuatro voces en castellano, en vasco, canciones rusas, italianas; en fin, un buen repertorio de música coral y popular. En vacaciones yo cantaba algunas de aquellas canciones y Javi se las aprendía.

Muchos años después, sin buscarlo, ¡zas! se encontró en Internet con  Aldapeko. Y me escribió un correo todo contento. Y yo aquí os la traigo hoy, por si os gusta.


Versión original

 
Aldapeko sagarraren
adarraren puntan
puntaren puntan
txoria zegoen kantari.

Xiru-liruli, xiru-liruli,
nork dantzatuko ote du
soinutxo hori?

Zubiburu zelaieko
oihanaren zolan,
zolaren zolan,
lili bat bada beilari.

Xiru-liruli, xiru-liruli,
nork bilduko ote du
lili xarmant hori?

Mende huntan jasan dudan
bihotzeko pena,
penaren pena,
nola behar dut ekarri?


Xiru-liruli, xiru-liruli,
zuk maitea hartzazu
 ene pena hori!
...

Traducción

En la última punta
de la rama del manzano
de la cuesta
estaba cantando el pajarillo.

Chiru- liruli, chiru-liruli,
¿Quién ha de bailar
esa musiquilla bien?

En el fondo,
muy al fondo del bosque
junto al prado sobre el puente
hay una flor en vela.

Chiru- liruli, chiru-liruli,
¿Quién ha de recoger
esa flor encantadora?

La pena de mi corazón
pena penísima que he sufrido
a lo largo de este siglo
¿cómo la voy a contar?

Chiru- liruli, chiru-liruli
¡Recibe tú, querida,
esa pena mía!



 Versión libre 

En la punta del manzano
 hay un pajarito,
un pajarito
 que sin cesar canta siempre así:

chiruliruli, chiruliruli,
canta pajarito,
canta y canta siempre así. 

En la vega, la avecilla
alegre y trinadora
canta a la aurora
¡qué juguetón suena su cantar!

chiruliruli, chiruliruli,
canta pajarito,
canta y canta siempre así.

¡Quién podrá cantar
música mejor!
Canta pajarito
 la esperanza y el amor.



martes, 18 de enero de 2011

Cumpleaños de mi madre

03 Jun 2009





Hoy, tres de junio de 2009, mi madre hubiera cumplido 83 años. Pero murió a los 45, así que ya hace muchos años en los que, cuando llega este día, como no puedo imaginar cómo sería ella si viviese, lo que hago es recordar quien fue.
Y fue, sobre todo, una buena persona. Una mujer de intensas amistades, una esposa abnegada y una madre feliz. Yo creo que sí, que fue una madre feliz con sus tres hijos. Conversadora infatigable, curiosa por conocer, atrevida en los intentos de mejorar la vida y con don de gentes para tratar con todo tipo de personas.
Lo que no pudo la tuberculosis que sufrió, lo que no logró aquella pancreatitis que amenazó la vida de mi padre, lo consiguió su cáncer prematuro, que yo creo que incubó en aquella granja navarra que mi hermano y yo, muchos años después, compararíamos con Macondo. Allí se sintió prisionera de un ambiente lastrado y primitivo, allí se vio limitada, pensó que de allí difícilmente ya iba a salir. Y salió, pero camino de nuestro pueblo, cuando en el hospital vieron que nada se podía hacer.
Muchos años han pasado hasta que he podido hablar de esto sin que asomaran unas lágrimas de inmediato, de tan desgarrador como fue aquel periodo de su muerte, de tan penoso como fue quedarnos todos huérfanos de ella: mi padre, con 47 años, y mis hermanos y yo, con 11, 15 y 19. Pero ahora ya me es posible llegar a este día, el de su cumpleaños, y sentir alegría. Alegría por poder recordar momentos de su vida, acariciar esos recuerdos, mirar fotos, intentar evocar su voz, tan lejana ya.
Un pudor herido nos impidió durante mucho tiempo hablar de ella, hasta tal punto que son contadas las veces que sale en nuestras conversaciones. Pero buena parte de lo que somos se lo debemos a ella, pues su tesón, su entrega y su amor quedaron para siempre en nosotros, impregnando nuestra personalidad y nuestra forma de ver las cosas.
Por todo ello, hoy me atrevo a celebrar el día en que nació, y aunque ya hace mucho tiempo que no cumple años, si hace muchos años que la llevamos dentro de nosotros. Y aunque ella murió hace ya muchos años, mientras vivamos su memoria vivirá en nosotros, pues nadie muere del todo si hay alguien que recuerda. Y nosotros la recordaremos siempre, pues además de traernos a este mundo hizo todo lo posible para que en él viviéramos felices y seguros.
Gracias, madre, por haber sido como fuiste. Gracias por darnos todo. Gracias por tu sinceridad y tu sonrisa. Siempre en el recuerdo te queremos. Y hoy más, pues hace 83 años que naciste. Gracias.


lunes, 17 de enero de 2011

Invierno en mi pueblo




Apenas hay gente en mi pueblo durante el invierno, sólo unas veinte casas abiertas. He venido a recibir el milenio aquí, en mi tierra. Con cinco grados bajo cero, abrigado y con botas de goma, salí esta tarde a pasear por las calles solitarias y blancas. En mi deambular sólo me encontré con tres vecinos, que me miraban, primero inquietos, y luego, al reconocerme, asombrados, mientras me decían: ¿A dónde vas con este frío? Les di algo de palique y luego seguí mi camino, convencido de lo mucho que había que mirar.

El agua diamantina y pura.
El viento frío del invierno.
La nieve helada.
El sol poniéndose en la sierra.
Los gatos de misterio al anochecer.
El reloj de la torre, que por fin sonaba
después de veinte años.

El pueblo en invierno,
libre, eterno,
siguiendo el curso del tiempo,
impasible, vivo,
transparente y ajeno a mis reclamos,
esperando, puro, impasible a mi presencia,
apenas necesitándome para seguir viviendo.
    

El agua

Agua por todos los lados,
remansada, desbordada,
limpia y helada, cortante,
colmando las regaderas
hechas para represar
en verano los arroyos.

Agua junto a alisos blancos,
Verde, intensa, libre, fértil,
viajando, sola, hacia el río,
hacia el mar,
ajena al vacío de las casas,
e impasible al cierre de las puertas.

Aguas libres, juguetonas,
represadas, mas sin uso,
aguas que ya nadie tapa
para los prados, risueñas,
que regatean sin prisas
o se despeñan a gusto.


Alisos y puente

Los alisos, limpios de hoja,
erguidos en el tiempo,
junto al agua niña
que al puente llega.

¿Dónde estuviste, molino
que al puente nombras?
¿Quién de nosotros sabe
el porqué de su nombre?

¡Cuántos secretos al oído
en el pretil del puente!
¡Cuántos secretos,
mientras el agua corre
y el día pasa lento!


Puente del Molino

Sí, tú, puente del Molino,
con tus dos ojos de enamorado,
resistiéndote al tiempo,
y oyendo, impasible, el agua.

Un paredero maestro
nos dejó en ti su herencia,
toda su sabiduría.

Esos ojos grandes
que dan cobijo
a toda el agua del mundo,
dicen de ti y de quien te hizo
lecciones de ciencia y de progreso.

¿Cuánto llevas en pie, amigo puente?
¿Cuánto, dime,
cuánto llevas en pie, amigo puente?


Bocín y musgo

Mirad el aliso caído,
el bocín sabiamente emparedado,
el musgo del pretil
la piedra, el agua, el árbol,
el verde de la hierba,
el olor húmedo
y el viento azotando,
el ruido del agua
del invierno exagerado.

¡Es la vida,
ajena al árbol quebrado,
la que corre bajo el bocín,
la que se filtra entre los árboles,
la que vive en el verdín
de un puente solitario!

La piedra, el agua, el árbol,
el verde de la hierba,
el azul pálido,
el olor húmedo,
el ruido del agua,
el viento azotando,
la vida que bulle
debajo del invierno exagerado.






Casas de vacas

Estas casas de piedra
para el ganado,
las puertas de madera,
la hechura del tejado,
orientadas al este,
¡Cuánto saber nos muestran del pasado!

Y esos chapatales
que guardan aún
el olor  de las boñigas
y los orines de siglos,
me arrastran como la niebla,
muy alto, hacia la cumbre
del saber que heredaron mis paisanos.


El machón

¿Os habéis fijado alguna vez
en la maestría de este pilar de piedra?
¿Habéis visto alguna vez
combinación más limpia
para la sujeción de tejados?

El machón, humilde y blanco,
de apariencia primitiva,
nos deja ver la pared, y hasta el tejado
parece obedecer
a la belleza aérea de esta piedra.

¿Habéis reparado en el hastialillo
que resguarda del hostigo?
¿Os habéis sentado en esa lancha en verano?

¿Quién sabía tanto
que hizo este milagro de piedra?
Sombra, resguardo, gracia,
belleza, sí, y eficacia.


El Regajillo

Piedra, teja, madera,
tierra, nieve, soledad.

Ventanas cerradas
y cielo blanco.

Brama una vaca despacio
y su becerro responde vivo.

Son sorpresas en el silencio.
Sorpresas de una tarde
de invierno desolado.


Linda

Mi perra Linda
me acompaña,
y trota,
y se mete en el agua,
y tirita de frío,
y corre,
corre gustosa,
y disfruta
de este día de nieve,
de este día de campo.

Y salta
del agua al barro,
de un lado a otro,
del puente al prado.


Abuelo y abuela

La casa de abuelo Manolo
junto al Corral del Payo,
y el poyo fresco y umbrío
de las mañanas del verano.

¡Qué tránsito de cabras al amanecer!
¡Y qué silencios de nieve en esta tarde!

Abuelo Manolo,
abuela María,
vivían aquí,
aquí vivían.

Abuelo y sombrero.
Abuela María
iba a la Juyuela
por el agua fría,
por el agua sana
ella que se iba.

Y se fue. Y abuelo
su magín perdía
y al Corral del Payo
apenas salía.
Caminar despacio
rezando solía,
y bajo el sombrero
su vida bullía.


El Corral del Payo

El Corral del Payo,
el hastial tan grande,
tan solo el ventano.

La Sierra lejana
y el silencio ufano.

¿Oigo a tío Cantares cantar?
¿Estará tío Cantares cantando?


La vecindad de tío Alfonsín

La vecindad de tío Alfonsín,
junto al Corral del Payo,
persianas echadas, postigos cerrados.

Me quedo quieto oyendo
el fragor del viento
el traqueteo de cables y tejados.

Y pienso en mis paisanos
de Madrid, de Barcelona,
de Llodio, de Bilbao,
que tuvieron que irse del pueblo,
tan bello, pero tan pobre,
tan puro, pero tan ácimo.

Cuando la tierra no da para vivir
los ojos con hambre no ven la belleza,
se disparan hacia el pan del futuro.


Resistencia

Esa casa que se niega
a venirse abajo
teja a teja,
tajo a tajo.

O esa otra humilde,
mas de dintel alisado,
umbral severo
y contrafuerte ufano,
se resiste a morir,
con su gatera,
su portón
y sus clavos.


Camino del Barrio

Camino del Barrio,
junto a las Erillas,
ese camino que tanto he andado,
de chico, de grande,
en bici, en carro,
en brazos de padre.
(¡Qué foto! ¡Qué guapo!
¡Qué bien trajeado!)

Camino del Barrio
con la Escuela al fondo,
la escuela de antaño,
bancos de madera
y tres ventanales
mirando hacia el este.


Desde mi ventana

Cuando desperté
subí la persiana
y vi todo blanco.
La Peña del Cuervo,
Robles Amarillos,
las huertas, los prados,
la teña, el tejado
y los chopos largos.

Vi la gracia aérea
del tejado viejo,
de las viejas piedras,
sujetando el borde
como centinelas.

Vi la sierra, el cielo,
la nieve y la niebla,
la piedra y el chopo
y la teja vieja.


Las fuentes

Fuentes de mi pueblo,
fuentes cantarinas,
frescas en verano
y en invierno tibias.

Juegos y risas de niños,
agasajo de viajeros,
consuelo de caminantes
y botijos tempraneros,
testigos mudos y sabios
de labios secos, sedientos.

Fuentes de aguas claras,
de pilones siempre llenos
y caños que siempre manan.


Las Escuelas

Siguen llamándote Las Escuelas
pero tu patio está mudo
y tus paredes no cobijan ya lecciones.

Donde ahora veo un chato edificio
de espesura y sabor municipal
estuviste tú, noble casa ingeniosa,
que albergabas las escuelas del pueblo
y palpitabas en los recreos
con los juegos de muchachos y muchachas.

Entre tus gruesos muros protectores,
con la luz de tus amplios ventanales
y los rayos de sol,
que inundaban la clase
de rincón a rincón,
aprendimos la magia de las letras,
a sumar y a restar,
a pintar y  a cantar,
a salir en fila,
a colocar el gorro
y el abrigo en la percha,
a aburrirnos y a dormitar.

¡Ah, doña Mari, nos quería tanto!



Cuatro momentos

La Sierra de La Majaíllas,
vista desde el balcón de casa.
Un grumo de calostros
parece calentar el sol
al resbalar la luz
en la teta helada de su cima.

***
La Cuerda, al fondo,
y Robles Amarillos, blanca,
y un tejado nuevo y firme,
cerca de la calle Abajo,
erguido entre otros ruinosos
y testigo joven de lo renovado.

***
Mirad desde la Varacolcha,
un contraste de luz y sombras.
Paredes, árboles desnudos,
y, de repente,  la luz de un sol fugaz.

***
La sierra de Béjar y La Urralea
al fondo, muy lejos.
Un bosque de postes de cemento,
puestos al buen tuntún
en el barrio de Abajo,
no pueden con la teja vieja
y estos picachos de ímpetu.
¡Tanta es la belleza de esta sierra!


La tejera

Un jardín de espinos
en un montículo
junto a la carretera.
Según voy andando
se forma un sendero
rojo sobre blanco.

Después de cubrir
los tejados del pueblo,
los tejeros se fueron.
La tejera se hundió
y los espinos
gatearon por sus paredes.
Hoy todo lo cubre
un manto de nieve.

Mas, al pararme,
aún puedo oler
el sudor de los tejeros
en su afán por pulir
y modelar el barro.


La casa azul

Donde ahora veo una casa alta
hubo una vez una casa azul.
Y en esa casa azul nací yo
un día de invierno como éste.

La casa azul era una casa
luminosa y pequeña,
azules eran sus frisos,
sus ventanas y sus puertas.

Allí comenzó todo,
allí comencé yo.

La voz, la lengua, la risa,
el miedo y la mirada,
los orines, la almohada,
la caca, la leche agria,
el chorrillo de la fuente,
el llanto en la noche larga,
la voz suave de mi madre,
mi padre que vuelve a casa...

Nada siento al ver ahora
esta casa de tres plantas
levantada en su solar.
Nada siento al verla, nada,

Miento. Al cerrar los ojos
siento el chorrillo de la fuente,
un chorrillo aletargado,
un poquillo atenuado
por la nieve. Cierro los ojos
y veo la casa azul.


El portal del barbero

El portal de tío Paquillo el Barbero,
el dintel intacto, con su número trece,
anticipo de ayes y de miedos,
del zaguán amplio y del sillón grande.

¡Cuántas muelas de los abuelos
quejándose del tirón del barbero!
¡Cuántos flequillos cortados
en el zaguán de la tardes eternas!

El espejo inmenso,
el arsenal de herramientas,
la solemnidad del sillón
y el olor a tabaco de tío Paquillo.

Y su conversación,
entretenida y lánguida,
mientras bailaba la tijera entre los pelos.


Dos rincones

Oíd este rincón virgen de pisadas.
Mirad esa ventana:
piedra, nieve, cielo blanco,
y un espacio que sujeta el viento.

O ese otro de casas vacías,
cerradas a cal y canto.
Mirad al fondo: la oscuridad
retratada como si fuera luz.

Sorpresa por las rodadas
de una bici sobre la nieve.
Sí, claro. Casas cerradas,
pero con gente dentro.


El río

Mirad el río junto al molino.
Sus aguas limpias
acarician la ventisca en la ribera,
y hacen pozas
junto a los sauces y los alisos.

Treinta pasaderas lo cruzan,
invitando a contemplar
la fuerza de su temple.
Un mundo de agua y de piedra
lamiéndose y besándose por siempre.

Río Aravalle, río niño,
río limpio y puro como el aire
candor mineral junto a la hierba blanca,
y sendero de alisos junto al agua.


El reloj de la torre

El reloj, que por fin suena
después de tantos años,
señala el final de mi paseo
en esta tarde fría de invierno.

Está anocheciendo.
ruge el viento.
Hay que volver al brasero
o a la lumbre del bar.

Suena el reloj de la torre,
las seis y cuarto,
y cae un ángelus
sobre mi pueblo plácido,
sin voces de niños
pero con gatos.


Un gato negro

Cerca de la iglesia,
detrás de la torre,
una casa casi derruida
se resiste a acabar en el suelo.

Del cable de la luz aún penden
tres piedras columpiándose en el viento,
escapadas de un cuadro surrealista,
y con la sierra nevada al fondo.

De repente, un gato negro,
el flash y el ojo
que me pregunta atónito:
¿Qué haces tú aquí?
¿Por qué me deslumbras?

Las vacas

Veo algunas vacas camino del pilón,
donde beben mansamente
hasta llenar su enorme barriga.

Vacas que un día fueron trashumantes,
que bajaban en invierno a Extremadura
y en verano subían a la sierra,
a los pastos frescos de los regajos.

Vacas negras, de carnes cotizadas,
que salen al prado en las mañanas
de primavera y otoño,
y que en verano
viven al aire libre del campo,
entre regajos y arroyos,
buscando la sombra fresca,
comiendo la hierba verde.

Y ahora, y siempre,
espantando la mosca,
la pelma mosca
junto al ojo paciente.


El alto del Puerto

El alto del Puerto,
azotado de nieve y de ventisca,
y helado en los pies.
Al fondo, el pantano de Plasencia.
y el sol del Valle del Jerte, otra tierra.

El Valle, que sale en televisión
y comienza a sentir la falacia
de una forma de viajar
sin bajarse del coche ni del ruido.

No deseo para ti
pueblo chico del Aravalle,
un turismo ávido que acabe contigo.
Sería más deseable
un viajero que respete tu voz
y acaricie tu luz y tu paisaje.


Pared y claveles

Mirad esa pared, tantas paredes,
sobre todo en las casas de las vacas,
las menos reconvertidas,
las mejor conservadas.

¿No es una obra de arte
ese entrelazado de piedras amantes?

Aquí tenéis, claveles amarillos,
en pleno frío de febrero,
los narcisos esbeltos
de los padres de Guadalupe.

¡Cuánta belleza en cuánta humildad!
¡Cuánta vida resguardada sabiamente
del viento del invierno!


Final

Os dejo con la estela blanquecina
de mi pueblo pequeño y casi solo,
bullendo de naturaleza y de poesía,
y aletargado de lejanías humanas.

Agua pura, aire gélido,
tierra pobre y fuego lento.

Junto a la chimenea
Manolo nos da de cenar
Somos ocho. Es Carnaval.
Cenar. Hablar. Y cantar.

                           Puerto Castilla,  2001 – 2004